El tercer Observatorio, concluye, a modo de resumen, que la ciudadanía ve en la cultura escrita y los derechos de autor un bien común –un bien «de mérito»–; que las plataformas tecnológicas, en primer lugar, y las Administraciones públicas, en segundo, están contribuyendo a normalizar el uso no autorizado de contenidos editoriales protegidos (democratización de la piratería); y, finalmente, que la protección efectiva de la propiedad intelectual de los autores y editores requiere de una responsabilidad compartida entre todas las áreas de Gobierno —no solo de Cultura— y una regulación más eficiente.
En este contexto, es fundamental que la legislación configure un mercado claro y transparente, que defina qué es la propiedad intelectual y cómo se reutiliza. También es importante que la información que genera este mercado no quede concentrada en manos de unas pocas empresas tecnológicas. Las mismas reglas deben aplicarse cuando estas compañías negocian derechos de autor, ya que utilizan de forma masiva obras protegidas.
En cuanto al impacto de la IA en la sociedad, en general, y en el sector cultural, en particular, hay un consenso generalizado en percibirla como un riesgo para todos los ámbitos.
 
                 
             
                Existe una desconexión entre lo que las instituciones hacen y lo que la sociedad espera de ellas en materia de propiedad intelectual.

La falta de mensajes y sanciones claras se interpreta como permiso para piratear

La facilidad e inmediatez del acceso pirata refuerza la conducta ilícita

Creer que «todo el mundo lo hace» diluye la responsabilidad individual

El consumidor culpa a los precios o editoriales para justificar la piratería

Se compara el precio legal con la gratuidad del pirata, generando rechazo al pago

Se presenta el acto ilícito como algo beneficioso para los autores

Cuanto más se busca y se accede a contenidos ilegales, más se encuentran justificaciones y pruebas de que ese comportamiento está socialmente aceptado

Se da más valor al medio tecnológico que a la obra, banalizando la cultura escrita
 
                 
                  
                  
                  
             
                 
                 
                 
                 
             
                 
                Qbo evidencia que gran parte de la población percibe la IA como un riesgo de manipulación informativa. Esto muestra que no se trata solo de una herramienta de acceso al conocimiento, sino también de una posible amenaza a la calidad democrática y al pensamiento crítico.
En general se considera que la IA incrementa la vulnerabilidad de las personas y de las sociedades frente a la tecnología. Esto plantea riesgos de pérdida de autonomía y de control social que Ipsos no analizó.
Qbo indica que un sector significativo de la población ve la IA como un factor negativo para el empleo, conectando directamente con el temor a la sustitución de trabajadores y a la precarización laboral. Ipsos no lo valoró, presentando así una visión incompleta del impacto económico.
Una parte importante de la población considera que la IA es más peligrosa que innovadora, reflejando una inquietud social de fondo sobre sus efectos culturales, humanos y éticos. Este matiz crítico estuvo ausente en el informe de Ipsos.